lunes, 14 de diciembre de 2015

Combatiendo el escándalo y no el pecado

Las personas suelen repetir una frase sin sentido “Dios perdona el pecado, pero no el escándalo”, y es que tanta sabiduría popular, revela solamente, que son preferibles las apariencias que las realidades.  No importa portarse mal, lo importante es que nadie te pille.  Si bien a nivel popular la lógica puede funcionar, a nivel de decisiones de Estado, revela solamente, el poco nivel de entendimiento de las cosas que tienen, nuestros legisladores, a la hora de construir un mañana mejor.
En desgracia, no son raros los incendios de galerías comerciales en nuestro país y a cada incendio que se produce, la respuesta de casi todos es la misma: pedir más recursos para los bomberos. Los bomberos necesitan más recursos, no hay duda; pero, ayudaría más se trate de prevenir incendios que combatirlos, es decir, que a cada licencia municipal que se otorgue a un mercadillo, se exija previamente, por ejemplo, alarmas detectoras de humo y/o rociadores de agua contra el fuego. No se debe tratar de menguar los efectos de los desbordes de ríos, comprando más carpas para atender a las víctimas, es preferible limpiar los cauces para aminorar las inundaciones.
Actuando con prisa, se han promulgado dos leyes para juzgar en fresco y rápidamente la violencia familiar y evitar la demora de algunos procesos penales; es decir, no se busca evitar la violencia o delincuencia, sino juzgarla más rápido. La carga se tornará inmanejable. Jueces y trabajadores jurisdiccionales, pondrán sus esfuerzos inútilmente, porque como ambas leyes castigan hechos, sin conocer las causas que los ocasionan, harán que la frustración permanezca. Si en un primer momento parecerá que las leyes son buenas, al poco tiempo la violencia y delincuencia seguirá igual y sentiremos la frustración de tanto esfuerzo por nada.
En la Ley sobre violencia familiar, no se comprende que la violencia es un problema económico y cultural, por ello se centra más en fomentar las denuncias que en evitar los maltratos y tratar de resolverlos con la cabeza caliente. La ira es mala consejera. Lo agravante es que si los jueces y especialistas no resuelvan en 72 horas, estos se irán a chirona; y el pegalón, bien gracias.  La ley de flagrancia, pretende concluir procesos rápido, con la prisión como solución, lo cual si bien, es necesario muchas veces, una sociedad carcelaria, es una sociedad sin futuro.
Así como la justicia que tarda no lo es, tampoco lo es la que se apresura. Se debe pasar del análisis de los hechos a la recurrencia de los mismos y finalmente atacar la estructura que los ocasiona (evento-patrón-estructura), sólo así entenderemos que parte de los problemas de la violencia familiar y penales se dan cuando se enseña sólo derechos y no el deber de respetar al prójimo ni lo ajeno.

Entonces amigo lector, no es que pecado sin escándalo no es pecado; si bien es cierto que necesitamos leyes firmes para combatir problemas, es un mal síntoma que las soluciones a nuestros males terminen con una cárcel de por medio. La ilusión de la rapidez del proceso, terminará cuando se evidencie lo inhumano que es resolver casos con escaso tiempo para reflexionar. Si queremos menos violencia contra las mujeres y menos delincuencia, combatamos sus causas; pues la ciudad más limpia no es la que tiene más barrenderos, sino aquella en la que sus ciudadanos la ensucian menos.

(Publicado en la fecha en el Diario La República)

domingo, 29 de noviembre de 2015

Crónica de una huelga anunciada

A diferencia de lo que sabía toda la población, Santiago Nasar, se enteró que iba a ser asesinado, por los gemelos Vicario, sólo minutos antes del hecho. No pudo hacer nada por salvar su vida, ni aún esconderse en casa; porque, para mayor desgracia, su propia madre, creyendo que su hijo estaba adentro, al ver acercarse a los asesinos, cerró y trancó la puerta evitando todo ingreso. Santiago fue asesinado en la puerta principal de su casa.  Esta novela de García Márquez (Crónica de una muerte anunciada), pese a situarse en hechos de 1951, es una obra atemporal, que destaca, entre otros, el drama de saber que algo pasará y no se actúa para evitarlo.  En el caso judicial, la huelga de ahora, que llevan a cabo los servidores judiciales, todos la sabían, excepto, al parecer, aquellos funcionarios del Gobierno que creen que los oídos sordos son buenos consejeros, sin importar el perjuicio que se ocasiona a la población, en especial a litigantes y abogados.

Cerca de la aprobación de la Ley del presupuesto, suele iniciarse la huelga judicial.  El reclamo de los servidores judiciales es harto conocido: mejores remuneraciones; la respuesta del Gobierno, también: ¡Nones y que pasen a la Ley Servir! Si siempre hacemos lo mismo, tendremos idéntico resultado: Huelgas, horas-hombre perdidas, población afectada y abogados litigantes con bolsillos vacíos.
Ser judicial en el Perú, es un trabajo duro e incomprendido.  Para muchas personas se trata de seres inescrupulosos que dilatan procesos y venden resoluciones a postores; para algunos abogados litigantes, los judiciales, o son sus amigos cuando les sirven prestos, o son déspotas si les tratan como a cualquier otro, o son incompetentes si demoran los procesos. Nada más lejos de la realidad. Los judiciales, son servidores que trabajan en la resolución del conflicto ajeno, con cargas laborales a veces exageradas, expuestos al maltrato de bravucones que levantan la voz como razón, con jornadas que superan las 8 horas diarias, laborando fines de semana; observados al centímetro por la Oficina de Control.  Estos servidores necesitan una ley que regule su trabajo, reconociendo su labor; no es conveniente la ley Servir, porque no se puede medir por igual lo que es diferente; también requieren remuneraciones justas, para que se concentren en trabajar sin tener las angustias de no llenar la canasta familiar. Los litigantes ganarán en sus procesos, cuando los especialistas legales, técnicos, auxiliares y más, sólo les preocupe resolver sus casos y no estén pensando en cómo se parará la olla.
Así como hay buenas y malas personas, hay buenos trabajadores y malos que les gusta driblear el trabajo y respirar sólo cuando es necesario.  A esos malos judiciales que no están al día, no les importa ver cómo se acumulan los escritos o tienen uñas largas, debemos sacarlos del Poder Judicial, por el bien de todos, sobre todo, por quienes se esfuerzan y mantienen honestamente a sus familias.

Entonces amigo lector, no crea que la huelga es obra de vagos pedigüeños; hay servidores judiciales que trabajan duro y reclaman un mejor salario que les permita dedicarse a trabajar sin angustias domésticas, sabiendo que sus hijos tendrán las mismas oportunidades que otros.  Sé que usted también labora duro y espera al llegar a casa, rendido de laborar, dar a su familia lo que corresponde. Usted es un hombre que busca justicia, así como los judiciales buscan una remuneración justa. ¡No cerremos los ojos ante una huelga que pudo evitarse, teniendo oídos abiertos!

lunes, 14 de septiembre de 2015

Combatiendo a delincuentes

En nuestro país, con una delincuencia en aumento, es fácil creer lo que, con cierta ironía, afirmaba el filósofo Demonax: “las leyes son inútiles, porque los buenos no las necesitan y los malos no se hacen mejores con ellas”, por ello hay quienes creen que la solución contra la delincuencia pasa por chapar al malandro, darle unos buenos golpes que dejen huella y santo remedio para acabar con el crimen; pero no es así, porque la violencia sólo crea resentimientos y ánimos de venganza, nada más.

Se culpa al Poder Judicial y al Ministerio Público de tener mano blanda contra los delincuentes y por ello hay más, en las calles. No es cierto, los jueces y fiscales en últimos años han enviado tras las rejas a más personas que antes, pero por cada delincuente preso, aparecen más. Mejorará la lucha contra el crimen un mayor compromiso del Poder Ejecutivo que fortalezca a quienes tienen que hacer justicia; porque hay muchos delitos graves, que se quedan en investigación preliminar, sin llegar al Poder Judicial para ser juzgados, por falta de recursos y colaboración, entre otros.
Hacer justicia si bien es responsabilidad de jueces, también requiere un compromiso ciudadano. Existe mayor delincuencia, porque con el tiempo, lo hemos permitido. Hemos llegado a este problema como se hierven a las ranas vivas: primero con agua casi tibia y de a pocos se sube el fuego que la calienta y zas!, en un instante la rana adormecida, estará cocinada. No se pone una rana viva, en una olla de agua hirviendo, pues es probable que usted termine, con quemaduras.  El nivel de delincuencia, es el tránsito en el tiempo de una sociedad no preocupada en cumplir leyes ni en ser solidaria, situación que los más avezados utilizan a su favor.
Vivimos sin importarnos algo excepto nosotros. No nos comprometemos en causas sociales, no nos ha importado si algo sale mal, excepto cuando nos perjudica en lo personal. Hemos sido tolerantes hasta la desidia y al paso de los años, estamos como las ranas, hervidas.
Atrapar al choro y zurrarlo, sólo hace que seamos como ellos: gente que no respeta al prójimo. No somos bárbaros, podemos reflexionar y tomar decisiones adecuadas. Tenga cuidado que cuando se está en masa no se suele razonar y luego vienen los lamentos.
Pero siempre hay algo bueno en una campaña de atrapar al choro, y es el despertar de la solidaridad y compromiso, no para dejar a alguien paralítico, sino para que los delincuentes sientan que existe una comunidad que no es indiferente al delito y sepan las autoridades, que hay una ciudadanía atenta al cumplimiento de su deber.  Muchos delitos quedan impunes por nuestro silencio. Autoridades y pueblo tienen como enemigo común al crimen y deben colaborar en la solución.

Entonces querido lector, no olvide, que nada esta tan malo que no pueda empeorar (Murphy), así que a este sombrío panorama de delincuencia en aumento, no añada a sus problemas luchas contra la ley y el orden. No imite con violencia lo que tanto detesta, que se trata de combatir el crimen y no convertirnos en criminales; así que cuando chape un choro, póngalo en manos de la justicia y sea vigilante que el pillo no se salga con la suya.
(Publicado en el diario La República, en la fecha). 

lunes, 31 de agosto de 2015

A cocachos aprendí

En la formación escolar de mis años, enseñaban el poema de Nicomedes Santa Cruz “A cocachos aprendí”; eran tiempos en los que tener primaria completa no era usual como, hoy lo es, culminar la secundaria. El poema refiere las peripecias de un muchacho que no aprovecha el tiempo para convertirse en una persona de bien y con el paso del tiempo lo lamenta. Hoy en día, los “cocachos” y todo acto de violencia contra los niños, con acierto está proscrito; empero como nos gusta leer sólo parte la historia, estamos pasando al extremo de la irresponsabilidad.
Si hoy sentimos que la sociedad es violenta e insegura, en parte se debe a que formamos niños enseñándoles sus derechos, sin explicarles que estos van de la mano con los deberes. Se habla de los derechos del niño, pero no de sus deberes familiares, por eso creen merecerlo todo y pedir es su medio para lograr las cosas, olvidando el esfuerzo necesario. Si Juancito sólo aprende a pedir, Juan no será un hombre que cumpla sus deberes y con el tiempo será un irresponsable más.
Un ejemplo se ve en la justicia de familia, en que hay incremento de casos de menores infractores que, en historia común, empiezan con la desobediencia en la casa paterna, apoyada por uno de los padres; luego pasan al irrespeto de sus profesores en el colegio, secundada también por los padres y bueno de tanto ser irresponsable, se meten en problemas mayores al no respetar el derecho ajeno, son detenidos y llevados ante la Justicia.  Las historias son parecidas con un mismo final y ningún futuro.  Si algún escolar es agredido por un profesor y ello fue grabado en un celular, sancionemos al profesor, sin hacer héroe a quien, infringiendo normas, utiliza en aulas escolares un celular. 
Lo malo para los jóvenes es que tienen además referentes públicos en algunas personas mayores, que propagan esta cultura de irrespeto; se trata de gente, que cree que levantar la voz y hacer escándalo es parte de ser profesional. No cabe duda que los judiciales, estamos obligados atender a litigantes y a abogados y a tramitar con el mayor esmero sus procesos, pero ello se confunde por algunos que creen que libremente pueden andar importunando trabajos ajenos, y como lo malo se imita, van saliendo profesionales que ejercerán el derecho creyendo que la mejor preparación para un caso no es el estudio a fondo, sino el histrionismo espontáneo.
¿Cómo cambiar esta situación? Enseñando en casa, en aulas, en el trabajo y en todo lugar que si bien existen derechos, existen deberes; como dos caras de la misma moneda.  Uno no existe sin el otro. Tomemos nota que una campaña de vigencia de los deberes ciudadanos logrará que se respete más los derechos de todos.

Entonces querido lector, que la violencia urbana no lo espante, todos somos parte de la solución; hablemos por donde vayamos, que la vigencia de nuestros derechos, va de la mano con el cumplimiento de los deberes.  El futuro no debe ser tomado por legiones de pedigüeños sin obligaciones, sino por quienes respetan al prójimo pues son estos los que hacen valer los derechos de todos.  Que los cocachos, pasados al olvido, no regresen en forma de violentos ciudadanos.

(Publicado en el diario La República en la fecha)

martes, 4 de agosto de 2015

El Juez del bicentenario

En tiempos difíciles, como los que se viven, el modelo de Juez tradicional ya no es válido. Hoy se necesita jueces que ejerzan liderazgo, no por ostentar un cargo sino por su labor, que debe crear valor en el sistema de justicia. El liderazgo, suele verse erróneamente como la capacidad de arengar o motivar a un equipo y esperar resultados. No, el liderazgo es comprometerse con objetivos institucionales, con su equipo y con el servicio al usuario externo; no como discurso, sino como forma de gestión profesional.
Pep Guardiola, exitoso entrenador, enseña que uno de los elementos del liderazgo es la singularización, entendida como la atención que debe ponerse al desarrollo de los integrantes de un equipo, reconociendo cada mejora. El reconocimiento es una de las pocas cosas que mientras más se entrega, más se recibe.  Todos, sin excepción alguna, necesitamos crecer profesional y laboralmente; y si el Juez no lo fomenta tendrá un equipo que jamás rendirá a plenitud.
El Juez que lidera el trabajo colaborativo, sabe que sus logros, su ratificación en el cargo, el adecuado funcionamiento del órgano jurisdiccional o el buen resultado en una auditoría de control, no es sólo mérito de uno, sino también, de un equipo que trabaja unido. Cuentan que el conquistador de Almagro, encontró una forma de compromiso para que sus huestes lucharan por él hasta morir: él mismo luchaba a muerte por ellos.
El Juez debe ser un líder humanista, que comprenda el drama que viven las personas, pero sin perder la imparcialidad; debe ser claro, con el litigante que atiende, sin crearle expectativas, que no se hace una labor de consejería ni promesas.
El Juez es responsable de transmitir serenidad a su equipo y no angustias. El trabajo a veces es más complicado y difícil que lo usual; pero ello no le hace caer en pánico, sino que por el contrario, calma las aguas para que se trabaje mejor. Es conveniente dar confianza al equipo interno, para que con sus críticas, ayuden a mejorar el trabajo, de lo contrario el Juez será el último en saber sobre lo malo por corregir. El franco diálogo genera equipos de aprendizaje continuo.
En una sociedad, en el que las noticias se leen menos que sus titulares, el Juez debe ser firme ante las presiones externas e internas. Ni palmas ni abucheos orientan la labor; la reflexión serena, la autoevaluación y la evaluación interna, son las que guían. El Juez no busca amigos ni enemigos y sabe que mientras más cerca esté del poder, su imparcialidad se verá en peligro, pues la virtud no se lleva bien con el poder (Lucano).

Entonces querido lector, así como la fuerza del cocodrilo es mayor en el agua (entorno), la labor de un juez se potencia con un equipo comprometido como él. El Juez del siglo XXI, excede el modelo socrático de saber escuchar, responder, ponderar y decidir, sino que además es el servidor de la Justicia que no vive en una isla, sino que predica con el ejemplo y transmite su compromiso, convirtiendo cada problema en una oportunidad para el crecimiento profesional de todos. ¡Feliz día del Juez a todos los colegas!
(Publicado en La República el 03-08-2015)

lunes, 27 de julio de 2015

La Corte de Justicia del Bicentenario

Facundo Cabral solía decir que, lo que se perdía de gloria personal, se ganaba de eternidad; es decir, si desea trascender debe procurar que los esfuerzos propios busquen el beneficio colectivo; tal vez no lo recuerden, pero siempre lo tendrán presente. Esta idea va en contrapartida al individualismo actual, resumido en “gracias a mí, esto funciona”, lo que no es verdad. Las grandes instituciones, requieren líderes que guíen equipos de trabajo comprometidos en un buen servicio, con visión alineada hacia un objetivo común. Las individualidades permiten ganar partidos, producen aplausos y palmadas en el hombro, pero son los equipos los que hacen campeones a sus integrantes.
La Corte Superior de Justicia de Arequipa (CSJA), cumple 190 años de su instalación y antes de celebrar el bicentenario de la independencia nacional, tiene como reto llegar al expediente judicial digital para el año 2020; para lograrlo requiere del esfuerzo de todos, jueces, servidores jurisdiccionales y administrativos, comprometidos. Si no tenemos la misma visión, mejor buscar la puerta de salida.
Los adelantos tecnológicos en una institución, deben tener dos objetivos, el primero brindar un mejor servicio al usuario, que en el caso judicial permitirá la disminución de nulidades procesales y sobre todo reducirá el tiempo, pues justicia que tarda, hace sufrir a quien la busca; y para los jueces y servidores jurisdiccionales y administrativos, la posibilidad de trabajar mejor y recuperar la vida familiar y personal. Si no logramos ello, toda modernidad será más carga que beneficio.
En este camino de mejora, somos conscientes que los justiciables, en más de una ocasión han sentido algún maltrato o recibido alguna decisión que consideran injusta y/o tardía. Se trabaja para corregir ello, pese a que hoy nuestra sociedad vive una escalada de violencia y poco respeto a la autoridad y a las razones, lo que se ve reflejado en los expedientes judiciales y en los litigantes. Se está perdiendo la esencia de un proceso: buscar justicia, para convertirlo en un instrumento de venganza. Aplomo y mesura deben ser las insignias de quienes laboramos acá, teniendo cuidado de los lobos disfrazados de corderos, fácilmente identificables pues son aquellos que “jamás se equivocan y si algo les sale mal, culpan a un tercero”.
Hoy, la ciudadanía puede apreciar decisiones en la CSJA que protegen derechos y/o imponen sanciones a quienes las merecen; tal vez no gusten, pero no todos tienen la razón. El cuello y la corbata no hacen a alguien inmune a la justicia, eso debe reconocerse. Falta bastante, pero con la reflexión, trabajo en equipo y adecuado uso de la tecnología, el mañana tendrá los frutos esperados.
Entonces, apreciado compañero judicial, si bien la vida parece más dura que antes, jamás olvide, que las grandes personas no hacen grandes instituciones, sino que las grandes instituciones son obra de personas que trabajan en equipo, debidamente guiadas hacia un futuro común. Una mejor CSJA evidenciará que en su interior hay grandes líderes y personas; por el contrario una peor CSJA, desmerece a sus servidores; elijamos la primera opción, la ciudadanía se lo agradecerá, su familia, también.

(Publicado en La República el 27-07-2015)

martes, 28 de abril de 2015

¡A la cárcel todo Cristo!

Cuenta Ricardo Palma, que en un determinado pueblo, hubo una procesión en que algunos que representaban a Cristo, por un quítame esta paja, se liaron en batalla descomunal, por lo que ante tal desbarajuste, la Autoridad víctima de su impotencia, sólo optó en gritar ¡A la cárcel todo Cristo! y así que todos los disfrazados de Cristo detenidos; como no estuvieron identificados, se regresaron a sus casas.
Hace poco, culpando a otros de lo mal que andan las cosas que su sector, el Ministro del Interior, señaló que de 992 personas detenidas por la DIVINCRI en Lima, durante el verano, sólo 42 están en la cárcel por orden del Poder Judicial. Como se demostró luego, las más de las detenciones no ameritaban una prisión preventiva. En Arequipa, las cifras demuestran que de 136 pedidos de prisión 105 se concedieron; lo que demuestra que a pruebas presentadas, a los jueces ni les tiembla el pulso, ni conceden gracias.
Hay gente que debe estar presa, de ello no hay duda, pero no nos confundamos porque a la barbarie no se puede responder con arbitrariedad, sino con el respeto de los derechos fundamentales: acostumbrémonos a eso.
Es usual que en el dolor propio o ajeno queramos que el delincuente se pudra en la cárcel, pero más allá del instinto primario, no caigamos en la venganza ni la llamemos justicia. No es fácil, pero es la única salida, que el ojo por ojo sólo produce ciegos y con ello el futuro será negro. Para una víctima, la cárcel del denunciado, es la forma en que los pillos deben pagar sus fechorías, pero con el tiempo saben que nada les devuelve lo perdido: ni vidas, ni tiempo ni cosas.  Las cárceles si son necesarias, no son soluciones; se debe prevenir el delito.
Los impaciencia aumenta con comentarios de quienes creen que es deber de los jueces ordenar prisión aún sin pruebas. No, la función del Juez es hacer vigente los derechos de todos (por eso se le representa ciega, no porque sea una señora que va al mercado y no desea ver precios). Es difícil e impopular, pero es la única garantía que tendrá usted si por azares del destino alguien lo quiere molestar. Combatir la delincuencia no es sólo castigarla, sino reducirla con una acción pensada del Estado, en el que la educación y valores, sean parte esencial.

Entonces amigo lector, la solución a la delincuencia no es sólo enviar a la cárcel a todas las personas, sino prevenir el crimen; ya lo afirmó Pitágoras siglos ha, que en la medida que se abran escuelas, se cerrarán prisiones. Si creemos en la venganza, seguiremos expuestos al peligro de salir de la calle, con la única esperanza de que quien hizo daño muera preso; pero eso no hace que desaparezca la delincuencia y menos le da tranquilidad.  Necesitamos una sociedad segura en la cual salir a la calle no sea un peligro mayúsculo y que quienes estén presos sea porque era lo que correspondía.
(Publicado en la República el 27-04-2015)

lunes, 6 de abril de 2015

Errores y cambios procesales

Lo que Pilatos hiciera ante Cristo, lavarse las manos, ni fue un invento suyo, menos una ocurrencia para salir del paso.  Antaño y hogaño se procura sacar el ascua por mano ajena y si un tercero asume mi culpa o la responsabilidad por lo que hice, mejor para uno. Con este pensamiento, olvidamos es que si bien equivocarse no es bueno, lo malo se encuentra en no aprender del error y creer con el tiempo que lo que se hace, sea por terquedad o convicción, beneficiará a los justiciables, y si no sale bien, pues culpa de otro será.
Las últimas modificaciones al proceso civil (Ley 30293), ya vigentes, buscan agilizar el trámite de los procesos judiciales, identificando entre otros, tres grandes deficiencias que se venían presentando en los diferentes niveles del litigio.  A los jueces que califican demandas, les prohíbe rechazarlas por la causal de indebida acumulación de pretensiones, forma recurrente de pasar el caso a otro juez sin asumir responsabilidad. A los jueces que resuelven en segunda instancia, les ha prohibido anular resoluciones judiciales por la incorporación de prueba de oficio, que más que una búsqueda de una verdad objetiva se convirtió en una forma de dilatar la decisión sin riesgo. A los abogados de las partes, les exige un domicilio procesal en el que sea fácil notificarles (casilla judicial), pues los procesos se suelen dilatar por esta causa y por la dificultad que supone notificar cuando alguien se quiere esconder.

Los cambios normativos deben ser vistos como una oportunidad para mejorar el servicio que los litigantes esperan, tanto de los jueces, como de sus abogados. Aun si la norma no es perfecta, debemos esforzarnos en lograr su mejor aplicación.  

Los jueces necesitan abogados que expongan de manera clara los problemas de sus clientes y que ofrezcan los medios probatorios que permita darles la razón; y los abogados necesitan jueces que los entiendan y que apliquen el derecho que corresponde a los hechos que se logra probar en el proceso.

Endilgar culpas a terceros por yerros propios, solo sirve para que hoy uno pueda  sentirse bien, pero no ayuda al proceso, ni a ganar un juicio, menos a convertirse en un buen profesional.

Entonces querido lector, usted como yo, nos equivocamos, pero no nos lavemos las manos para ocultar el error, pues tarde o temprano se hacen públicas las limitaciones que todos tenemos. Si aceptamos que erramos, usemos ello como un punto de partida para mejorar, todos lo agradecerán. Los cambios procesales deben permitir un proceso más rápido, si nos lo proponemos; empero si creemos que hacíamos lo correcto, tantos jueces y abogados, es probable que el futuro sea tan complicado como el presente.

(Publicado en La República el 13.04.2015)