lunes, 31 de agosto de 2015

A cocachos aprendí

En la formación escolar de mis años, enseñaban el poema de Nicomedes Santa Cruz “A cocachos aprendí”; eran tiempos en los que tener primaria completa no era usual como, hoy lo es, culminar la secundaria. El poema refiere las peripecias de un muchacho que no aprovecha el tiempo para convertirse en una persona de bien y con el paso del tiempo lo lamenta. Hoy en día, los “cocachos” y todo acto de violencia contra los niños, con acierto está proscrito; empero como nos gusta leer sólo parte la historia, estamos pasando al extremo de la irresponsabilidad.
Si hoy sentimos que la sociedad es violenta e insegura, en parte se debe a que formamos niños enseñándoles sus derechos, sin explicarles que estos van de la mano con los deberes. Se habla de los derechos del niño, pero no de sus deberes familiares, por eso creen merecerlo todo y pedir es su medio para lograr las cosas, olvidando el esfuerzo necesario. Si Juancito sólo aprende a pedir, Juan no será un hombre que cumpla sus deberes y con el tiempo será un irresponsable más.
Un ejemplo se ve en la justicia de familia, en que hay incremento de casos de menores infractores que, en historia común, empiezan con la desobediencia en la casa paterna, apoyada por uno de los padres; luego pasan al irrespeto de sus profesores en el colegio, secundada también por los padres y bueno de tanto ser irresponsable, se meten en problemas mayores al no respetar el derecho ajeno, son detenidos y llevados ante la Justicia.  Las historias son parecidas con un mismo final y ningún futuro.  Si algún escolar es agredido por un profesor y ello fue grabado en un celular, sancionemos al profesor, sin hacer héroe a quien, infringiendo normas, utiliza en aulas escolares un celular. 
Lo malo para los jóvenes es que tienen además referentes públicos en algunas personas mayores, que propagan esta cultura de irrespeto; se trata de gente, que cree que levantar la voz y hacer escándalo es parte de ser profesional. No cabe duda que los judiciales, estamos obligados atender a litigantes y a abogados y a tramitar con el mayor esmero sus procesos, pero ello se confunde por algunos que creen que libremente pueden andar importunando trabajos ajenos, y como lo malo se imita, van saliendo profesionales que ejercerán el derecho creyendo que la mejor preparación para un caso no es el estudio a fondo, sino el histrionismo espontáneo.
¿Cómo cambiar esta situación? Enseñando en casa, en aulas, en el trabajo y en todo lugar que si bien existen derechos, existen deberes; como dos caras de la misma moneda.  Uno no existe sin el otro. Tomemos nota que una campaña de vigencia de los deberes ciudadanos logrará que se respete más los derechos de todos.

Entonces querido lector, que la violencia urbana no lo espante, todos somos parte de la solución; hablemos por donde vayamos, que la vigencia de nuestros derechos, va de la mano con el cumplimiento de los deberes.  El futuro no debe ser tomado por legiones de pedigüeños sin obligaciones, sino por quienes respetan al prójimo pues son estos los que hacen valer los derechos de todos.  Que los cocachos, pasados al olvido, no regresen en forma de violentos ciudadanos.

(Publicado en el diario La República en la fecha)

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