domingo, 25 de agosto de 2013

No soy un buena gente

Cuenta don Ricardo Palma, en una de sus tradiciones, que una vez don Simón Bolívar en el Cuzco, quiso saber del desempeño de los funcionarios del gobierno. Interrogando, siempre recibía informes contradictorios, para unos tales eran buenos y para otros, los mismos, unos pillos; excepto un servidor del cual todos hablaron bien.  Bolívar concluida su evaluación ordenó sólo la destitución del “buena gente” y sus razones fueron que no se puede estar bien con Dios y con el diablo a la vez y éste buena gente o es un memo a quien manejan todos a su antojo o un intrigante contemporizador y, en ambos casos, no sirve.

Se dice que un buen Juez debe ser una buena persona en su vida privada y función pública, lo que es muy diferente a ser un “buena gente”. Un “buena gente” siempre está en busca de la aprobación ajena e intenta caer en gracia a todos, rehúye a sus críticos fomentando un errado espíritu de cuerpo para protegerse. Un Juez buena gente evita tener enemigos y eso es peligroso porque ello indica que sólo rema conforme le soplen los vientos y un Juez debe remar conforme a sus convicciones, que están subordinadas a la Ley y la Constitución.

El Juez cuando sentencia o dirige el proceso, entre otras cualidades, debe ser valiente, no sólo frente a las partes, sino sobre todo frente al poder porque ello garantiza la independencia que la Constitución le otorga, no para que duerma tranquilo o sea un dictador, sino para que la utilice a favor del proceso y al servicio de los litigantes. Si bien el Juez no busca pelearse con el poder, menos estará a su servicio; porque ello es la única garantía de que el litigante sienta que sus derechos están a salvo. El Juez no es el tipo belicoso que pelea con la gente o abogados, pero tampoco es sumiso; sabe que el camino de la magistratura no es para ser popular y que en lugar de amigos aumentan los enemigos, pero no por ello desvía su camino.  Un ejemplo de valentía la dio García Rada, quien no cambió su decisión ante la presión del dictador Odría. Este magistrado enseñó que es inútil presionar a un valiente.


Entonces amigo lector, sé que un día seré juzgado; sino es en ésta, lo será en la otra vida; pero si es en vida, deseo me juzgue un juez valiente, que tenga como guía la Constitución, que respete normas, derechos y cumpla su  deber, que no busque agradarme, ni desagradarme, menos congraciarse con los poderosos, que no ceda ante la opinión pública.  Quiero un Juez que sepa que los logros en la vida se consiguen con esfuerzo y valentía, no siendo un “buena gente” ni con atenciones a los de arriba.  Ese día, condenado o no, tendré la impresión de que se hizo justicia, aun cuando el resultado no me agrade. Lo bueno es que en Arequipa hay un buen número de jueces valientes, a quienes va mi saludo en este mes.