Cuando éramos muchachos, allá en el siglo
pasado, aprendimos con amigos mayores, que piropear era un ejercicio de
originalidad o gracia, para resaltar la belleza que tiene toda mujer, y aspirabas a una sonrisa devuelta como premio, que a toda acción sigue una reacción.
Esta práctica, viene desde la colonia, en la que luego del sermón dominical,
los jóvenes sueltos en plaza, daban rienda suelta a su imaginación con
elegancia. Eran tiempos diferentes, en los que la letra podía entrar con sangre
y chitúm, calladito para la casa, que
si tu padre se enteraba que en el colegio te coscorronearon por faltoso, no
creía en el “Ne bis in ídem” (no hay doble pena por el mismo hecho) y castigado
nuevamente.
Los tiempos actuales, nos enseñan con acierto,
algo que no sabíamos: que por más linda que sea la frase, no tenemos derecho a
importunar a las personas que van por la calle. Una regla de convivencia es que
respetos guardan respetos y otra, del derecho es, no dañar al otro; por eso no
podemos piropear, menos hostilizar, ni hacer sentir mal a nadie. Respetemos y si
nadie nos invita expresamente, no darnos por aludidos, que es falso eso de quien
que calla otorga.
Como a veces no entendemos a la buena, la
mañosería va en aumento y el respeto al prójimo es una antigualla, se ha dictado la
Ley Nro. 31314, que sanciona el acoso sexual producido en espacios públicos. El
acoso, puede ser físico o verbal, de naturaleza o connotación sexual (doble
sentido) y es la intimidación, hostilidad, degradación, humillación o creación
de un ambiente ofensivo. El acoso se manifiesta a través de palabras
(mamacita linda), hechos (seguir a alguien), gestos (besos volados), comentarios e
insinuaciones sexuales (I have one pencil), tocamientos indebidos (no haga el
que se cae), roces corporales, frotamientos (no se arrime), entre otras
conductas. Los gobiernos regionales y
locales, que son los competentes para sancionar los acosos sexuales callejeros,
consideran que lo mejor es multar a los infractores. Se pretende, así, que
respetemos al prójimo, lo que es correcto; que cada quien tenga su espacio, se
vista como le gusta y que viva sin dañar a otros.
Entonces amigo lector, sea consciente que los
tiempos cambiaron. Debemos respetar a todos y a todas, y si alguna musa tentadora
lo inspira a decir algo divertido y bonito, mejor guárdelo en el bolsillo
derecho, junto a sus llaves y cierre la boca; memorícelo, llegue a casa y
dígalo con cariño a su mujer amada, que sin duda lo merece; porque si la lengua
lo vence en la calle, sonará algo como “yo por ti, pagaría toditas las multas”,
pues la destinataria no le devolverá una sonrisa, sino pedirá que lo multen y
el sereno lo pondrá en vereda, golpeando la parte más sensible que tenemos: la
billetera.
(*) Publicado en La República, en la fecha
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