Las personas suelen repetir una frase sin sentido
“Dios perdona el pecado, pero no el escándalo”, y es que tanta sabiduría
popular, revela solamente, que son preferibles las apariencias que las
realidades. No importa portarse mal, lo
importante es que nadie te pille. Si
bien a nivel popular la lógica puede funcionar, a nivel de decisiones de
Estado, revela solamente, el poco nivel de entendimiento de las cosas que
tienen, nuestros legisladores, a la hora de construir un mañana mejor.

Actuando con prisa, se han promulgado dos leyes
para juzgar en fresco y rápidamente la violencia familiar y evitar la demora de
algunos procesos penales; es decir, no se busca evitar la violencia o
delincuencia, sino juzgarla más rápido. La carga se tornará inmanejable. Jueces
y trabajadores jurisdiccionales, pondrán sus esfuerzos inútilmente, porque como
ambas leyes castigan hechos, sin conocer las causas que los ocasionan, harán
que la frustración permanezca. Si en un primer momento parecerá que las leyes
son buenas, al poco tiempo la violencia y delincuencia seguirá igual y
sentiremos la frustración de tanto esfuerzo por nada.
En la Ley sobre violencia familiar, no se comprende
que la violencia es un problema económico y cultural, por ello se centra más en
fomentar las denuncias que en evitar los maltratos y tratar de resolverlos con
la cabeza caliente. La ira es mala consejera. Lo agravante es que si los jueces
y especialistas no resuelvan en 72 horas, estos se irán a chirona; y el
pegalón, bien gracias. La ley de
flagrancia, pretende concluir procesos rápido, con la prisión como solución, lo
cual si bien, es necesario muchas veces, una sociedad carcelaria, es una
sociedad sin futuro.
Así como la justicia que tarda no lo es, tampoco
lo es la que se apresura. Se debe pasar del análisis de los hechos a la
recurrencia de los mismos y finalmente atacar la estructura que los ocasiona
(evento-patrón-estructura), sólo así entenderemos que parte de los problemas de
la violencia familiar y penales se dan cuando se enseña sólo derechos y no el
deber de respetar al prójimo ni lo ajeno.
Entonces amigo lector, no es que pecado sin
escándalo no es pecado; si bien es cierto que necesitamos leyes firmes para
combatir problemas, es un mal síntoma que las soluciones a nuestros males
terminen con una cárcel de por medio. La ilusión de la rapidez del proceso,
terminará cuando se evidencie lo inhumano que es resolver casos con escaso tiempo
para reflexionar. Si queremos menos violencia contra las mujeres y menos
delincuencia, combatamos sus causas; pues la ciudad más limpia no es la que
tiene más barrenderos, sino aquella en la que sus ciudadanos la ensucian menos.
(Publicado en la fecha en el Diario La República)