Cuando Bernard Shaw ironizó que su educación fue buena
hasta que la interrumpió el colegio, estimo que se refería no a las escuelas, sino
a los entornos en que éstas se desarrollan, es decir, a la sociedad en su conjunto. Sabemos que el bajo nivel educativo de un
país puede llevarlo a que no supere el subdesarrollo, pero el problema verdadero
es creer que la mejora del nivel educativo es responsabilidad de colegios o de
padres en casa, obviando que la obligación de mejorar la educación es de todos
y fundamentalmente de quienes son autoridades en nuestra nación.

Citemos como ejemplo el caso de los fallos judiciales. Si es que se expide alguna resolución que no
es agradable a los ojos de determinada autoridad, ésta evidencia su
intolerancia e incapacidad de reflexión saliendo ante la prensa; lanza su patochada,
que parece un esfuerzo por desplazar al cómico Melcochita, y creyendo ser
gracioso, denigra a la sociedad. En
estos días, el actual Jefe del INPE que, enfrentado a una resolución que no le
gusta, en lugar de pensarla, señaló que ésta era un adefesio y la lección que
dio es que suficiente es insultar y no guardar respeto por otras instituciones
o el trabajo ajeno y debatirlo con razones correctas. Ya no se tiene vergüenza alguna por hacer
trizas a la decencia, formas y modales.
Los jueces que pueden equivocarse, se esfuerzan en
guardar respeto por la opinión ajena. Imagine si un juez fuera como estas
autoridades y pusiera en blanco y negro lo que piensa sobre lo que dicen autoridades
y abogados; no, los jueces se limitan en esgrimir razones que sustentan sus
decisiones y por qué desestiman argumentos de las partes. Con aciertos y yerros
los jueces se esfuerzan en argumentar y no en denigrar a las partes. Es un
ejemplo que debe imitarse.
No es que se añore el retorno de los tiempos en que
políticos y funcionarios eran caballeros, como don Fernando Belaúnde o dicharacheros
certeros y elegantes como don Luis Bedoya.
No se busca que la caballerosidad sea una norma en la política y los
funcionarios públicos, son tiempos pasados. Se necesita que todos reconozcamos
nuestra responsabilidad por educar a las generaciones que nos ven y que hagamos
del respeto y la reflexión dos normas de convivencia social.
Las autoridades no deben olvidar que el ejemplo es la
mejor lección, que cuando están frente a una cámara no son parte de un show de pura
diversión, sino que educan; no deben hacer de su cargo un traje del hazmerreir
y del festejo en privado con sus asesores que, por desgracia, no tienen la
valentía de advertirle que anda desnudo de ideas y razones y del daño que hace
su violencia verbal a la sociedad.