Enseñaron con sabiduría los romanos que “la mujer del César no solamente debe ser honesta, sino también
parecerlo” y ello, además de ser verdad, es un consejo a tenerse siempre
presente en los actos diarios. Si bien el qué dirán no es lo importante para
tomar decisiones, jamás deben olvidar las autoridades, que la ciudadanía juzga su
labor en esencia y apariencia. En el caso de la justicia, no es que los jueces
trabajen para recibir la aprobación ciudadana o tener su adhesión, sino que sus
actuaciones y sentencias deben ser apegadas al derecho y los hechos, es decir
justas y, además, dejar la sensación que así lo son.
Existen casos en que las actuaciones del Poder Judicial, pese a estar
arregladas a derecho, ante los ojos de terceros no lo están. Un ejemplo es la
sentencia del llamado caso La Parada, que se caracterizó por no ser lo severa
que se esperaba, pues de cien procesados, sólo dos quedaron presos y los demás,
sueltos en plaza. Este fallo, que a primera vista deja una gran desazón, sentimiento
de falta de firmeza y dudas sobre el actuar del Poder Judicial, resultó siendo
un caso diferente al pensado, lo que se explicó de manera muy tardía.
En el verdadero caso La Parada, cuyo juzgamiento no ha concluido, las
imágenes televisadas y las fotografías publicadas, nos han dejado en la retina
una violencia inusitada y desmedida con que actuaron muchos desalmados, sin
respeto a la autoridad, a la policía y a todo lo que se moviera o sea
susceptible de saquearse; por ello se espera una sentencia justa, debidamente
motivada, que establezca la responsabilidad y sanción a cada uno de los
violentos de esa nefasta tarde, sin olvidar que no se condena a la gente en
masa, sino por la participación individual de cada procesado; así como nos
juzgarán en el Juicio final, uno por uno; por lo que la tarea de los fiscales y
policías es por demás importante.
En este caso y otros esperamos un fallo firme, fruto de la razón, que se
perciba como justo, pues de lo contrario la vorágine de violencia seguirá
creciendo alimentada por el temor de quienes deciden. No olvidar que los fallos
trascienden los expedientes y envían mensajes a la sociedad. Juzgar es tarea
ardua en un país como el nuestro en el que los valores extravían su camino y si
bien la voz del pueblo es la voz de Dios, los gritos de las masas no tienen
nada que ver con ello, menos las bravuconerías de quienes se esconden en la
multitud para liberar el vándalo que llevan dentro.
Como La Parada, existen muchos casos más, en los que la debida
motivación del fallo permitirán saber si se trabajó bien o no: se necesitan jueces
valientes con decisiones honestas. Ayuda mucho una sociedad reflexiva que no
siga el chisme fácil y repita cosas sin meditar, sino que piense y saque
conclusiones. Los ciudadanos pensantes eligen mejores autoridades y controlan
que cumplan su deber.
Entonces, ante el peligro del vandalismo y violencia, necesitamos jueces
firmes que sean y parezcan justos en su actuar, así como ciudadanos reflexivos
y vigilantes; que de lo contrario el día menos pensado, en lugar de argumentos
usaremos piedras y palos para imponer nuestras razones.
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