Voltaire nos enseñó la importancia del respeto de la opinión del
prójimo, como pilar de una sociedad democrática “Yo no estoy de acuerdo con lo que usted dice, pero me pelearía para
que usted pudiera decirlo”. En un Estado Constitucional de Derecho
aprendemos a convivir con opiniones ajenas, ora adversas ora complacientes; sin
embargo, las opiniones negativas circulan con tal velocidad que lo positivo
suele olvidarse, así que no se debe perder tiempo en lamentaciones, sino en
producir cambios ante dichas situaciones.
Un titular en la prensa, sobre algún fallo polémico dictado por un Juez
en cualquier lugar, se convierte en el escándalo del día y muchos ciudadanos, impresionados
por los títulos de las noticias, sin leerlas en su totalidad y menos
analizándolas, lanzan juicios peyorativos de que el Poder Judicial está podrido.
Tal vez en un mundial de hablar mal de nosotros mismos, no seamos campeones,
pero vaya, tenemos las posibilidades de ganar el primer premio.
Es cierto que el Poder Judicial no funciona como quiere la población, y
nosotros también; pero ello es un reflejo de lo mal que funciona la sociedad en
su conjunto y, es erróneo creer que quienes escogimos el estudio y práctica de
las leyes a través de la impartición de justicia desde el Estado, seamos pecadores
y los demás ciudadanos del país, angelitos totales. En todo lado se cuecen habas.
Existen innumerables sentencias que son buenas y han restituido u
otorgados justos derechos a las partes; existen otras, que la ciudadanía criticará
y tendrá sospecha de que el juzgador recibió algo indebido para dictarla. Incluso quienes trabajamos acá, a veces, tenemos
esa primera impresión, que solemos cambiar luego de enterarnos e informarnos
debidamente del caso juzgado, aunque a los ojos de terceros parezca injusta la
decisión. Si se equivocó el Juez,
existen mecanismos para corregir el fallo vía impugnación. El error evidencia la condición de ser humano
y no es necesariamente un acto corrupción.
Si el superior en grado le niega una vez más la razón, quizás ésta no
esté de su lado, así de simple.
Una dificultad para una justicia célere, es la elevada carga procesal, que,
erróneamente, es percibida como corrupción. La carga debemos gestionarla
adecuadamente. No hay otra posibilidad. ¿De
qué manera si ya se trabaja bastante?.
Tenemos dos posibilidades: trabajar más o trabajar mejor. Lo primero, es
humanamente imposible, pues en algunas áreas de la justicia se trabaja al más
del 100%; lo segundo requiere no caer en el error de que lo urgente no deja
tiempo para lo necesario, por lo que es una tarea que tenemos pendiente. La solución no es solamente crear más órganos jurisdiccionales o contratar más gente, sino en descubrir todo lo que hacemos mal y cambiarlo.
Entonces amigo lector, no es que justicia que tarda no sea justicia,
sino que es consecuencia de una carga procesal elevada que debemos gestionar
mejor; tampoco confunda error judicial con corrupción y menos crea usted que su
palabra es la ley o su dicho es la verdad.
No caiga en la ironía que el mismo Voltaire criticaba a muchos
ciudadanos señalando “Proclamo en voz alta la libertad de pensamiento y muera el
que no piense como yo”.
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