Lo que Pilatos hiciera ante
Cristo, lavarse las manos, ni fue un invento suyo, menos una ocurrencia para
salir del paso. Antaño y hogaño se
procura sacar el ascua por mano ajena y si un tercero asume mi culpa o la
responsabilidad por lo que hice, mejor para uno. Con este pensamiento, olvidamos
es que si bien equivocarse no es bueno, lo malo se encuentra en no aprender del
error y creer con el tiempo que lo que se hace, sea por terquedad o convicción,
beneficiará a los justiciables, y si no sale bien, pues culpa de otro será.
Las últimas modificaciones
al proceso civil (Ley 30293), ya vigentes, buscan agilizar el trámite de los
procesos judiciales, identificando entre otros, tres grandes deficiencias que
se venían presentando en los diferentes niveles del litigio. A los jueces que califican demandas, les
prohíbe rechazarlas por la causal de indebida acumulación de pretensiones, forma
recurrente de pasar el caso a otro juez sin asumir responsabilidad. A los
jueces que resuelven en segunda instancia, les ha prohibido anular resoluciones
judiciales por la incorporación de prueba de oficio, que más que una búsqueda
de una verdad objetiva se convirtió en una forma de dilatar la decisión sin
riesgo. A los abogados de las partes, les exige un domicilio procesal en el que
sea fácil notificarles (casilla judicial), pues los procesos se suelen dilatar
por esta causa y por la dificultad que supone notificar cuando alguien se
quiere esconder.
Los cambios normativos
deben ser vistos como una oportunidad para mejorar el servicio que los
litigantes esperan, tanto de los jueces, como de sus abogados. Aun si la norma
no es perfecta, debemos esforzarnos en lograr su mejor aplicación.
Los jueces necesitan abogados que expongan de manera clara los problemas de sus clientes y que ofrezcan los medios probatorios que permita darles la razón; y los abogados necesitan jueces que los entiendan y que apliquen el derecho que corresponde a los hechos que se logra probar en el proceso.
Los jueces necesitan abogados que expongan de manera clara los problemas de sus clientes y que ofrezcan los medios probatorios que permita darles la razón; y los abogados necesitan jueces que los entiendan y que apliquen el derecho que corresponde a los hechos que se logra probar en el proceso.
Endilgar culpas a terceros por yerros propios, solo sirve para que hoy uno pueda sentirse bien, pero no ayuda al proceso, ni a ganar un juicio, menos a convertirse en un buen profesional.
Entonces querido lector, usted como yo, nos equivocamos, pero no nos lavemos las manos para ocultar el error,
pues tarde o temprano se hacen públicas las limitaciones que todos tenemos. Si
aceptamos que erramos, usemos ello como un punto de partida para mejorar, todos
lo agradecerán. Los cambios procesales deben permitir un proceso más rápido, si
nos lo proponemos; empero si creemos que hacíamos lo correcto, tantos jueces y
abogados, es probable que el futuro sea tan complicado como el presente.
(Publicado en La República el 13.04.2015)
(Publicado en La República el 13.04.2015)
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